Si mi memoria no me falla, aquello sucedió en una de esas cálidas noches de invierno que de vez en cuando nos ofrece el extraño clima Alemán. Debido a la época del año la calefacción estaba encendida al máximo, cosa que suelo hacer entre el 28 de Agosto y el 16 de Abril cuando el frío aprieta. En caso de que la temperatura suba demasiado me voy quitando ropa hasta que, si todavía tengo calor, comienzo a abrir las ventanas.
- Mi sillón-radiador para el invierno -
Este método, aunque a primera vista puede parecer improvisado e ilógico, fue inventado hace unos dos años por unos científicos en Sudán tras un largo brainstorming y antes de una partida de damas. Cuando supe de su existencia a través de una página porno de internet no tardé en aplicarlo, seguramente motivado por aquellas fotos de mujeres desnudas con guantes de lana. Hasta ahora el uso del método únicamente me ha traído desgracias en forma de facturas, pero espero que alguna vez la suerte me sonría.
Bien; aquella noche estaba yo sudando en mi cama cuando de repente comencé a escuchar un extraño ruido que provenía del interior de mi armario. Fijé mi atención en aquel sonido intentando adivinar su origen, pero todo lo que conseguí fue que me entraran ganas de orinar (iba a escribir "mear", pero me ha parecido un verbo un tanto grosero para este texto, ¿será que me hago mayor?).
Cuando regresé del baño aquel ruido se había acentuado. Ahora podía distinguir unas voces, también algo así como una persona serrando madera e incluso el constante chirriar de una rueda desengrasada. En conjunto aquello sonaba como una especie de fábrica pero claro, eso era totalmente ilógico proviniendo del interior de mi armario.
Paré a organizar mis ideas. Eran las dos de la mañana y llevaba acostado desde las doce. No había bebido alcohol ni tomado ningún tipo de drogas. Estaba en mi habitación. Me pellizqué para comprobar que no estaba soñando. Me pasé con el pellizco y me hice un poco de sangre.
En efecto, nada parecía extraño a excepción del armario. Los ruidos continuaban escuchándose muy claramente. Observé mi armario detenidamente durante unos segundos sin descubrir nada, y entonces decidí acercarme.
- Bonito armario, ¿no? -
Curiosamente, en cuanto levanté mi pierna del suelo aquellos ruidos se tornaron primero un murmullo para acallarse luego por completo tras mi segundo paso. Aun así acerqué mi mano al tirador derecho, el cual estaba más bajo que el izquierdo debido a mi total incapacidad para montar muebles, y decidí averiguar qué era lo que estaba pasando allí. Levanté mi brazo, abrí mi mano y la acerqué al tirador. Todo mi cuerpo estaba en tensión y supe que tenía miedo, por mucho que de pequeño hubiera hecho un cursillo de karate. Sin embargo, cuando mi mano se encontraba a 3,48 milímetros de la puerta (tenía un calibre en el bolsillo y pude comprobarlo), sonó mi teléfono móvil.
Me quedé paralizado, primero por el susto debido a la tensión en que me encontraba y segundo porque eran las dos de la madrugada de un martes. Podría ser algo importante, así que decidí aplazar unos minutos mi encuentro con el interior del armario.
Quise asegurarme de que en caso de que realmente hubiera algo ahí dentro no podría salir mientras hablaba por teléfono, así que dejé una zapatilla de ir por casa haciendo cuña bloqueando la puerta. Me calcé con unos zapatos de charol porque no podía usar la zapatilla de ir por casa y el suelo estaba bastante frío y corrí a la cocina, donde había dejado el teléfono. Contesté sofocado.
- ¿Diga?
- Hola, quería decirle que acabo de llamar a su portal y no ha contestado nadie. - dijo una ronca voz bastante seria -.
- ¿Cómo? - repliqué -.
- Pues tocando el timbre, ¿cómo voy a llamar?
- No, perdone, que digo que cómo dice - contesté, un tanto contrariado por la confusión -.
- No importa, caballero. ¿Me puede abrir por favor, que tengo que repartir otras cuatro pizzas y darle luego el biberón a mi niño?
- Me encantan las hawaianas -
Entonces lo recordé. Hacía una media hora me había despertado con el estómago pidiendo a gritos algo de comer, y debido a mi intolerancia a todo lo que no sea pizza había encargado una hawaiana (una PIZZA hawaiana, que hay que explicarlo todo). Acerqué mi bastante bien dotada nariz a la caja que me entregó el repartidor y comprobé que la pizza estaba en buen estado y a una temperatura de 34,2 grados, justo como a mi me gusta. Pagué religiosamente al chaval e incluso le di una propina consistente en un yogur de macedonia que tenía por la nevera.
Me senté en el sofá con mi pizza y una cocacola light con un par de azucarillos y encendí la tele. Por alguna extraña razón que quizás tuviera algo que ver con las voces de mi armario, en todas las cadenas aparecía Ana Rosa Quintana entrevistando a Ramoncín. Las voces de mi armario...
- ¡Mierda! (no se si lo pensé o lo grité)
Había olvidado por completo las voces. Tragué la pizza todo lo rápido que pude y fregué apresurado los cubiertos, mojando el suelo de la cocina por las prisas. Cogí por ello la fregona y sequé un poco el charco. Mientras hacía ésto observé que tenía el suelo hecho una mierda, seguramente en parte por no limpiarlo desde hace tres años, por lo que me dije a mi mismo "ahora o nunca". Ganó la opción de "nunca", así que decidí tirar la fregona a la basura y no volver a limpiar jamás.